¿El Gobierno puede dar vuelta la elección?

Es la pregunta que sobrevuela en el mundo de la política a estas horas. ¿Puede el Gobierno nacional, luego de la durísima derrota en las primarias, dar vuelta la elección en las generales de noviembre? Para ser eficaz en el análisis, al menos lo más aproximado, la inquietud tiene dos posibles respuestas en función de los antecedentes de los últimos años.

 Si el Gobierno logra dar vuelta la elección en la provincia de Buenos Aires, la lectura cambiará 180 grados respecto a las Paso. Si vuelve a perder, el costo aún superior será porque en la mayoría de las provincias se repetirá el resultado de septiembre. Otra vez, como siempre, Buenos Aires en el centro de “la madre de todas las batallas” y la que permite enfocar el análisis en un sentido u en otro. 

 Y aquí va el argumento central, respaldado en los antecedentes recientes. La provincia de Buenos Aires reúne el 38% del padrón electoral, pone en juego mayor cantidad de diputados y representa la mayor fortaleza del peronismo. La diferencia de cuatro puntos de Juntos por el Cambio en las primarias no parece un imposible para el Frente de Todos. Más aún con distritos históricamente peronistas, en el sur del conurbano, donde el número de votantes apenas alcanzó el 50%. El presidente Alberto Fernández, con el apoyo del gobernador Axel Kicillof, enfocarán todos los esfuerzos en revertir el comicio en la única provincia que pueden hacerlo, por presente y por historia.

 Ganar en Buenos Aires no solo le significaría al Gobierno ratificar el liderazgo del PJ en el principal distrito del país, sino que además le sumaría un mayor número de diputados y le permitiría cambiar la sensación de derrota generalizada por la de una victoria crucial para el futuro. 

 El Frente de Todos sabe que otras provincias como Córdoba, Mendoza, Capital y en menor medida Santa Fe representan bastiones de la oposición “amarilla” e intentar modificar un resultado luego de la enorme diferencia en las Paso sería gastar recursos y esfuerzos de manera innecesaria. Por eso, todos los “cañones” se dirigirán hacia la estrategia y decisiva provincia de Buenos Aires.

 Por el contrario, si allí se consolida una nueva derrota, la oposición (política y mediática) además le cargará sobre sus espaldas las caídas en cada una de las provincias (en las Paso fueron 17 de las 24). Ganar o perder en Buenos Aires puede significar un cambio generalizado en la percepción social más allá que se repitan los números de las primarias en el resto de la Argentina. Y aquí me remito a los antecedentes. 

 En 2009, en la victoria de Francisco de Narváez sobre Néstor Kirchner, la lectura mediática y política fue de caída y fin del kirchnerismo. Sin embargo, en el total nacional, el Gobierno de por aquel entonces liderado por Cristina Fernández había obtenido una mayor cantidad de sufragios que sus opositores. Dos años después terminaría obteniendo un 54% de los votos en las presidenciales. 

 En 2015, con la victoria de María Eugenia Vidal sobre Aníbal Fernández en la gobernación, la sensación de “partido perdido” para el kirchnerismo en las presidenciales se instaló con fuerza y le permitió a Mauricio Macri ganar el balotaje sobre Daniel Scioli (a pesar de que este último había ganado las Paso y las generales). Otra vez Buenos Aires decisiva en la lectura del escenario político.

 Nadie puede desconocer la importancia estratégica del principal distrito, más aún cuando en el resto de las provincias grandes la ventaja de Juntos por el Cambio fue amplísima e indescontable.

 Córdoba es el ejemplo más contundente de todos. El Frente de Todos apenas alcanzó el 11% de los votos y las encuestas presagian una cantidad menor, que incluso pondría en riesgo la única banca de diputados que pone en juego. Al contrario, los números le sonríen a Juntos por el Cambio que en esta oportunidad treparía por encima del 50%. Y el partido del gobernador Juan Schiaretti, Hacemos por Córdoba, mantendría los mismos guarismos y así retendría las tres bancas para la Cámara Baja y recuperaría una en la Cámara Alta.

 Martín Gill encabeza la lista del kirchnerismo. Si alcanza los votos para ocupar una banca en Diputados, difícilmente asuma el cargo. Lo dejan trascender en privado sus propios asesores. En la columna de la semana anterior dijimos que tenía dos únicas opciones a partir de diciembre ante el pronunciamiento del accastellismo sobre la negativa para acompañar un nuevo pedido de prórroga de licencia. La respuesta la dio esta semana el propio intendente interino Pablo Rosso en una nota en El Diario del Centro del País. Si no hay licencia, vuelve a la intendencia para cumplir el mandato hasta 2023, señaló Rosso. En efecto, la actual candidatura de Gill es testimonial. 

 Pero, ante el escenario adverso para los K en Córdoba, algunas encuestas y algunos dirigentes comienzan a señalar que la posible merma en el porcentaje de votos en las generales ni siquiera le permitiría retener esa banca en juego. En ese caso, Gill tendría la opción de continuar en la Secretaría de Obras Públicas. Entonces, ¿El accastellismo ratificará su decisión de no avalar más licencias o votará en el mismo sentido de las otras cuatro oportunidades? 

Martin Alexis Alanis

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