El precio de no saber
La inteligencia artificial y el nuevo analfabetismo digital
No saber de inteligencia artificial (IA) hoy no es una inocente falta de conocimiento ni un rechazo que podamos admitir: es una forma silenciosa de exclusión. Si bien su llegada se remonta a más de 70 años, se mantuvo en las sombras hasta hace poco. Su aparición, con mayor impulso y presencia, no solo está transformando cómo trabajamos, aprendemos y nos comunicamos, sino también qué significa realmente estar alfabetizados.
Con las nuevas generaciones, bebés “Beta” que nacen en un mundo atravesado por la inteligencia artificial, nos enfrentamos a un nuevo tipo de analfabetismo digital. Uno que no se había contemplado a priori, pero que resulta sumamente limitante: no saber cómo interactuar críticamente con la IA. Por un lado, la falta de conocimiento e interiorización sobre esta tecnología, en este momento histórico, puede dejarnos al margen del presente.
Pero, más preocupante aún, es la situación generalizada de copiar y pegar respuestas generadas por IA sin dudar, sin verificar, sin preguntarse nada. Esas personas no están siendo “eficientes”: están renunciando al pensamiento, aquello que nos hace humanos.
Este fenómeno impacta en todos los niveles. En las empresas, muchas organizaciones buscan incorporar la inteligencia artificial como un tinte de modernidad, pero olvidan rediseñar los procesos para integrarla de forma real. Por su parte, la educación enfrenta el gran desafío de enseñar con y sobre IA, muchas veces sin formación específica ni infraestructura adecuada. Y, en la sociedad en general, las brechas digitales siguen creciendo, especialmente para adultos mayores, comunidades rurales y sectores históricamente excluidos.
Según datos recientes, el 69% de los líderes empresariales reconoce la alfabetización en IA como esencial. Sin embargo, solo el 43% ofrece formación adecuada. La falta de políticas claras, inversión sostenida y métricas de impacto suma a este panorama una gran preocupación, ya que la velocidad en la que avanza la expansión de la inteligencia artificial y sus consecuencias supera los procesos legales, éticos y políticos actuales.
Quiero destacar que la preocupación no se limita al aspecto tecnológico. No hablamos solamente de alfabetización digital como falta de conectividad o de dispositivos. Tiene que ver con la capacidad de pensar, de cuestionar, de usar la IA como lo que es: una herramienta, no una autoridad. Actualmente, muchas personas aceptan las respuestas de la IA como una verdad absoluta y, desde esa mirada, corremos el riesgo de convertirnos en usuarios obedientes de un sistema que no entendemos. Y eso, más que un error, sería una renuncia.
Pero no todo el panorama es negativo. Si bien resulta totalmente desafiante, es importante entender el escenario actual para poder actuar sobre él y, así, cuestionar y decidir cómo queremos convivir con esta tecnología.
La inteligencia artificial también abre oportunidades concretas para combatir el analfabetismo digital. Con capacitación y uso responsable, puede personalizar el aprendizaje, facilitar el acceso a contenidos en comunidades vulnerables y asistir a personas mayores o con discapacidad. Puede potenciar el trabajo docente, haciendo la educación más inclusiva y flexible.
Superar esta brecha requiere políticas públicas, formación y colaboración entre sectores. Pero también voluntad individual: no hace falta ser experto, basta con querer aprender, hacernos preguntas y no aceptar pasivamente todo lo que la IA devuelve.
Es importante destacar que el verdadero riesgo no es usar IA, sino no saber cómo usarla. Y el verdadero poder está en aprender. Si apostamos por la inclusión y la conciencia digital, la IA no será una amenaza, sino una herramienta poderosa para empoderar, conectar y transformar, sin perder nuestra humanidad en el proceso.
Paula Toselli.