Cuando la economía se vuelve poder

Cuando la economía se vuelve poder

Sabemos que una arista clave del panorama global de la actualidad constituye la interdependencia económica de los países, principalmente de las dos grandes potencias mundiales: Estados Unidos y China. La globalización ha dado pie al desarrollo de un escenario en el cual los países dependen mutuamente el uno del otro, generando un extenso entramado comercial y financiero, que tiene repercusiones fundamentales sobre las cadenas de valor y suministro. Sin embargo, luego de décadas de pensar que la economía y la política deben interpretarse como fenómenos separados, hoy finalmente entendemos que las decisiones políticas están intrínsecamente relacionadas con las políticas económicas de un país.

De la convergencia de estas dos esferas surge lo que denominamos como “weaponised interdependence” (Farrel y Newman, 2025), es decir, usar la interdependencia económica como un arma. Esta nueva era se caracteriza por la implementación de mecanismos de coerción económica y tecnológica -sanciones, ataques a cadenas de suministro, controles de exportación- que buscan ejercer poder sobre los múltiples puntos de control de la economía global.

Durante más de dos décadas, Estados Unidos utilizó estos “cuellos de botella” financieros, informáticos y tecnológicos para reforzar su influencia. Sin embargo, el reciente “acuerdo marco” con China marcó un giro en la economía política global. Las llamadas “armas económicas” se expandieron como ocurrió con las armas nucleares en la Guerra Fría. Tras el 11 de septiembre, Estados Unidos pasó de perseguir terroristas mediante mecanismos financieros a sancionar bancos y excluir países enteros del sistema global.

Hacia 2019, gran parte de las redes económicas estaban altamente centralizadas bajo un reducido grupo de empresas y actores claves. Esto permitió a Estados Unidos obtener información y limitar el acceso de rivales a estas infraestructuras. Pero ese poder comenzó a deteriorarse pues la administración Trump, en vez de reforzar esas ventajas, impulsó medidas que debilitaron las bases de su influencia.

El punto de inflexión llegó cuando Washington amenazó con cortar el acceso de ZTE a tecnología estadounidense y luego usó los controles de exportación contra Huawei. China reaccionó rápido, diseñó un sistema nacional para asegurar independencia tecnológica, invirtió en superar cuellos de botella en innovación y aprovechó su dominio en la minería y procesamiento de tierras raras. Su poder no provino de poseer todos los recursos, sino de controlar el ecosistema para procesarlos. Así como Estados Unidos limitó la exportación de equipos y software para fabricar chips, China prohibió exportar maquinaria esencial para tratar tierras raras.

En pocas palabras, Pekín convirtió sus vulnerabilidades en fortalezas al comprender que, en un mundo de interdependencia armada, lo estratégico no es poseer recursos sustituibles, sino controlar los eslabones críticos de la cadena tecnológica.
Mientras tanto, Estados Unidos enfrenta las consecuencias de su política interna. El debilitamiento de instituciones y la caída en inversión en ciencia y tecnología han erosionado su posición en sectores clave como finanzas, energía y telecomunicaciones.

Aunque busca contrarrestar la influencia china en minerales críticos, elimina programas que reducirían su dependencia de las cadenas chinas en energías renovables y baterías. Así, queda ante una disyuntiva: aceptar la dependencia tecnológica de China o conformarse con tecnologías obsoletas.

Ante este panorama, cabría esperar que Estados Unidos respondiera con una estrategia de largo plazo, fortaleciendo instituciones e invirtiendo en innovación, como hizo ante la proliferación nuclear. Sin embargo, opta por acuerdos cortoplacistas, debilitando su capacidad de análisis, coordinación y liderazgo global. El reconocimiento implícito es que, aunque puede explotar vulnerabilidades ajenas, también se ha vuelto altamente vulnerable.

El desafío central es que seguridad nacional y política económica ya no pueden separarse. Los gobiernos deben enfrentar fenómenos complejos que no controlan: cadenas de suministro globales, flujos financieros internacionales y sistemas tecnológicos emergentes. En la era nuclear bastaba con anticipar la reacción de un solo adversario; hoy, con la interdependencia armada, deben lidiar con múltiples actores estatales y privados, redirigir cadenas de suministro sin dañarse y prever respuestas en distintos frentes.

China, por ahora, parece haberse adaptado mejor a estas reglas. La incógnita es si Estados Unidos logrará redefinir su estrategia y recuperar influencia en un mundo donde la interdependencia dejó de ser cooperación para transformarse en instrumento de poder.

¿Es esta la era de la desglobalización?

La globalización ha sido un fenómeno determinante en la configuración de la economía mundial contemporánea. Sin embargo, el resurgimiento de políticas proteccionistas, como las implementadas por...