La irrupción del gobernador Schiaretti como candidato a presidente, así como la del extinto De la Sota hace 8 años atrás, reintroduce el debate acerca de cuán federal es el país a la hora del reparto de recursos y en tal sentido, cuán discriminadas son provincias como Córdoba y las del resto de la “Pampa Gringa” en favor del AMBA. Si bien dicha candidatura por sí sola no resuelve el tema, al menos instala un cierto grado de insatisfacción con el statu quo impuesto desde la Constitución de 1994.
Del AMBA, forma parte CABA y de ésta, han surgido los últimos presidentes del país, favorecidos por una elección directa, donde el votante, no sólo de La Matanza sino también el de Boedo o Recoleta, vale más que el de Tío Pujio o Salsipuedes. Por eso es tan relevante, aprovechando mi estadía por razones especiales en estos últimos meses por la ciudad de Buenos Aires, la posibilidad de dar algunas pinceladas sociológicas sobre ella, para dar cuenta de cómo se configura el mundo tan especial del porteño, y sobre todo, del político porteño, considerando que los candidatos que tal vez arriben al ballotage también sean de dicho origen.
Primero, llama la atención la diversidad social. Hay una parte de la población envejecida, con niveles “noruegos” de calidad de vida, pero que comparten hábitat y servicios, con vecinos jóvenes, con alta natalidad, tanto en comunas pudientes como pobres. También hay infinidad de minorías desde judías -una de las más numerosas del mundo- hasta bolivianas, pasando por las nuevas como las rusas y venezolanas. Por último, la mendicidad e “industria del cartón” conviven a diario con el Audi o el Porsche, el “running” y la gastronomía europea, aunque también la árabe o japonesa, en un mix que sorprende por la naturalidad y hasta indiferencia con la que el porteño la vive. Tal variedad construye un ideario especial de cada uno de esos públicos, donde cuesta ver al país desde CABA como algo propio y único del que “todos” formamos parte.
Aquí va un detalle adicional que tiñe las discusiones. Mucha de la gente que vive en CABA procede del interior. De un interior, qué a su vez, no brinda las posibilidades económicas o perspectivas de futuro que sí parecen tener masivamente -aunque cueste una enormidad al inicio de la aventura- los barrios porteños. Esto supone que además de levantar banderas, instituir candidaturas o pegar gritos federalistas, habrá que hacer un esfuerzo superior en aras de tener un país más balanceado o armónico.
CABA no construye riqueza alguna, sólo es el domicilio fiscal de muchas empresas concentradas, pero posee un mercado masivo y tiene un gasto público fenomenal, con una carga fiscal propia equivalente, aunque también con una gran cantidad de subsidios cruzados, sobre todo en energía y transporte que paga el interior, que sí produce bienes y servicios, pero no atrae ni retiene población.
Ojalá esta discusión, sobre cargas y dividendos se haga definitivamente en serio como se dio en la segunda etapa del siglo XIX permitiendo el posterior progreso nacional y no se siga postergando, como ocurrió durante la era de la grieta, que parece fenecer. Argentina se debe un profundo debate, pero especialmente, una fórmula institucional y fiscal que nos permita captar las bondades del ascenso económico, de manera simétrica y armónica entre regiones, para que los argentinos puedan volver a disfrutar de un país con posibilidades para todas y todos.
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