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Democracia y política exterior Argentina

Democracia y política exterior Argentina

No necesariamente la política exterior de un Estado tiene correlato con el comportamiento doméstico del mismo. Si se trata de una democracia republicana, puede darse el lujo de ser “imperial”, como según Raymond Aron, lo es Estados Unidos desde 1945 hasta la fecha. Por el contrario, autocracias o regímenes iliberales no necesariamente son combativos o agresivos para con sus vecinos. El rol y conducta de las Cancillerías no parece tener vínculo directo con el carácter liberal o no de tal o cual país. Como afirmó hace unas semanas Rosendo Fraga en la UB, el peor error de lo que queda de “Occidente” es hacer creer al mundo que la grieta entre democracia y dictadura, que determinaría la paz o la guerra a nivel mundial, sigue tan vigente como en 1945 o 1991.

Todo ello es así porque como señalan los realistas en RRII, la política exterior es la menos pública de las políticas. Los temas relacionados con ella no se discuten en los bares ni en la arena pública. Es sólo para expertos, porque se trata de la definición y ejecución de “intereses nacionales”. La gente común apenas entiende sobre políticas públicas: imaginemos por un momento si tuviera injerencia en algo tan sacrosanto y por ende, elitista, como el interés nacional.

Henry Kissinger, quien acaba de cumplir 100 años muy jóvenes, es el paladín de estas expresiones. Él fue el artífice del gran acercamiento de Estados Unidos con China -la de Mao, no la de Deng Xiaoping ni Xi Jinping- en 1972, cuando nadie se permitía avizorar el destino actual del “Dragón asiático”. Sólo el veterano alemán judío, con el apoyo de Nixon, pudo vislumbrar que de esa manera, se quebraría al enemigo comunista, dividiéndolo en dos. Hoy, la realidad indica que China rivaliza con Estados Unidos, quien fue el padre de la criatura, pero eso es “harina de otro costal” y quedará para el análisis proyectivo cómo evolucionará dicha relación. Pero si la opinión pública norteamericana hubiera tenido algo que opinar o juzgar en aquel momento, lo más probable es que la Guerra Fría hubiera sido ganada por el socialismo real y no por la democracia capitalista (más China), como ocurrió en 1991.

Argentina en cambio, optó desde Malvinas 1982, por otro estilo y otra versión. Idealista por prosapia, la Cancillería fue regida por criterios políticos, atados a la ola democratizadora. Esto supuso casi automáticamente, que la guerra perdida implicaba salida democrática y olvido pleno de cualquier rasgo realista que pudiera infiltrarse incluso en contra de nuestros intereses. Democracia, inserción internacional aunque sin claridad de destino, yendo de Estados Unidos a Venezuela o Cuba, o de “Occidente” a China sin solución de continuidad, dependiendo de alfonsinismo, menemismo, kirchnerismo o macrismo, fue todo un cóctel de política exterior, que nos trajo a esta triste realidad, fuera de la galaxia y nada creíbles para nadie. Como suele afirmar el Profesor de la UNVM, Dante Avaro, Argentina es “un país al garete”. No hay objetivo nítido, no hay destino, no hay interés nacional ni en singular ni en plural. Ni siquiera la elite política pero tampoco la empresaria, mucho menos la intelectual, tienen un único proyecto de país.

¿Podremos superar algún día este enorme déficit de definiciones tan gravitantes para poder sí encaminarnos hacia la ruta del desarrollo? ¿O seguiremos recogiendo pasivamente los “vientos de cola” del mundo, sin siquiera tener claros la dirección de nuestro timón? Por ejemplo, el reciente viaje de Massa a China supone estar bien alineados, en el lugar y tiempo adecuados pero dependerá de nuestra decisión y no la de Beijing, que dicho vínculo sea constructivo y no lesivo para nuestros propios intereses.

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