En transición

En transición

Hacia 1992 sobraba el optimismo en Occidente debido a la caída de la URSS. Las bondades del capitalismo democrático estaban ahí, a expensas de quien se lo propusiera en el mundo, sin importar etnia, religión ni pasado. El propio Fukuyama advertía que “el fin de la historia” no acababa con los conflictos (terrorismo, medio ambiente, pobreza, etc.) pero ciertamente, nadie lo escuchaba. Apenas su maestro Huntington lo refutará con “el choque de civilizaciones”, quien tampoco logró el efecto inmediato. En los ‘90, las decenas de guerras en África, Asia y Europa (los Balcanes), la aparición de Al Qaeda, el caos talibán afgano, el desafío nuclear norcoreano, el resurgimiento religioso en Europa Oriental, el regreso del populismo latinoamericano, etc., testimoniaban que “lo viejo” se resistía a morir. Pero nadie estaba dispuesto a aceptarlo.

Treinta años después, todo parece caminar en otro sentido -o el mismo de siempre-.
Es que el globo siempre avanzó pero a dos o más velocidades. Aquella premodernidad coexistía con las nuevas tecnologías, la innovación genética y la revolución de los “containers”, avivada por el auge chino y el Sudeste Asiático. Demográficamente, Europa se sumergía en la liberación feminista para hacer caer las tasas de natalidad de modo dramático, aunque no entre los inmigrantes. Todo ello anticipaba los cambios que hoy se tornan evidentes.

Ayudados por la globalización y ese orden que Estados Unidos pergeñó, aunque no en soledad hacia 1945, hubo Estados como la ya citada China, la “resiliente” Rusia y la “siempre lista” Turquía que reclamaron sus lugares y voces como potencias en el nuevo mapa. Desde 2008, Washington pareció entrar en un cono de sombra de la mano de Obama, quien destruyó expectativas con su apego a una elite obstinada en preservar posiciones de poder. Trump estaba latente aunque tardaría en aparecer hasta 2016. “Occidente” toda dejaría de confiar en sus propios valores y careció de liderazgo que revirtiera el ocaso.

Hoy, tras años duros, incluyendo el Brexit, el trumpismo, la pandemia bienal y la guerra de Ucrania, escasean los optimistas en el mundo. Casi todos comparan el momento actual con los de la Primera Guerra Mundial, esperan un nuevo Hitler, el fin de la democracia liberal y un tercer gran conflicto global en forma de holocausto nuclear.

Pero quizás, no haya que ser tan ingenuo como en 1992 ni tan pesimista como ahora. El mundo de 2023 en adelante puede depararnos algunas otras direcciones, no necesariamente negativas, según el cristal con que se las mire.

Por ejemplo, hacia 2050, la mitad de la población mundial será más joven en promedio, porque será de origen africana. China envejecerá lo cual retardará su crecimiento y por qué no, dependiendo del control del PC, podría tener convulsiones sociopolíticas, lo cual complicará su nueva hegemonía. Rusia y buena parte de las otras potencias mirarán más a Asia, África y América Latina. Estados Unidos tampoco la tendrá fácil. Se latinizará y asiatizará mucho más aún, lo cual puede reconfigurarla política e institucionalmente alejándola del mundo como en el siglo XIX. Europa tendrá enormes desafíos energéticos y ese proceso podría llevarla a vivir más convulsiones, afines a su propia historia pre-1945.

 En el mundo musulmán, el shiismo ganará terreno sobre el sunismo y las monarquías árabes podrían sufrir inestabilidad interna. Las dos “C”, crujir o crecer, ésos serán los dilemas de las generaciones de nuestros hijos y nietos.

Descontando que la mayor parte de la humanidad quiere vivir en paz y en libertad, y su nivel de vida es el mejor en siglos, a pesar de todas las cuentas pendientes que aún pueda haber para garantizarlo, dos grandes exigencias serán bienvenidas. Una, aprender a respetar las otras culturas no occidentales, que seguramente liderarán. Dos, encontrar líderes en Occidente, menos vanidosos, más prudentes y sabios que sepan preservar lo mejor de nuestra civilización, pero en convivencia con las demás en ascenso.

Sólo así los 8.000 millones que ahora somos, podremos habitar de modo amigable este mundo, hasta que Elon Musk -u otro-, descubra la posibilidad de contactarnos con otras galaxias.

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