En sólo seis de los últimos sesenta años, no hubo déficit fiscal en el estado nacional. Desde el año 2009 el déficit ha sido recurrente y creciente en términos promedio. De nuestra etapa reciente, durante el gobierno de Cristina Fernández, se utilizaron para financiarlo gran parte de las reservas que había dejado en el Banco Central su antecesor, Néstor Kirchner. Macri recurrió a la capacidad de endeudamiento que tenía la Argentina al no contar con reservas disponibles cuando asumió la Presidencia. Alberto Fernández se encontró sin reservas ni crédito para financiarlo. Encima se topó con la pandemia al inicio mismo de su mandato que originó una emisión de pesos en niveles muy importantes.
Tener déficit fiscal no es grave, lo grave es que esta situación sea persistente en el tiempo, como ha ocurrido en la Argentina en estas últimas décadas.
Cuando la política se encuentra ante la imposibilidad de seguir financiándolo con algún tipo de recurso disponible, le cuesta reaccionar de manera racional. Es que nuestros gobernantes no están acostumbrados a gestionar con eficiencia. Y aquí viene la permanente disyuntiva de achicar el gasto o aumentar los recursos con más tributos. A lo primero que recurren es a aumentar o crear nuevos impuestos, pero el margen de acción en este aspecto se ha achicado con el transcurrir del tiempo. La sociedad demanda una menor presión fiscal y esto está asociado sin duda a la poca transparencia y eficiencia en la gestión del gasto público.
Cada vez que se presenta una situación límite en cuanto a la posibilidad de financiar el déficit, se ha recurrido a soluciones improvisadas y de corto plazo. “Parar y seguir”, esa es la consigna que ha gobernado nuestro país en las últimas décadas.
A nadie se le ocurre ponerse a discutir en forma seria y profunda acerca de la eficiencia de la gestión del estado, una estrategia para hacer viable su financiación en el mediano y largo plazo. A nadie se le ocurre porque eso impone ponerse a discutir acerca de cómo y en qué se gasta, cómo y en qué se recauda.
Pero esta historia no puede seguir indefinidamente, hay que encontrar una solución estructural a este problema para que se recupere la confianza pública en nuestros gobernantes e instituciones. Está claro que por ahora nuestra dirigencia no quiere enfrentarse al problema porque resta votos, no es “políticamente correcto”. Y así seguimos, a los tumbos y sin rumbo, sin moneda y sin futuro. Ajustando tuercas sueltas para que el estado siga andando como pueda. Aunque esto nos lleve cada vez mas cerca del abismo con crisis recurrentes y cada vez más complejas.
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