En el marco de la mitología clásica, las sirenas eran criaturas ligeramente difusas poseedoras de una voz musical prodigiosamente atractiva e hipnótica con la que embrujaban a los navegantes que pasaban junto a sus costas y los conducían a la muerte. De allí que utilizamos la frase “es un canto de sirenas” cuando observamos algo que nos atrae pero intuimos que posiblemente nos lleve a un final inesperado.
Ese canto de sirenas puede adquirir diversas formas, pero la promesa de ganar dinero en gran cantidad y sin esfuerzo es algo a lo que los seres humanos siempre le vemos un atractivo especial.
Es por eso que recurrentemente observamos personas u organizaciones que tras la promesa de ganancias extraordinarias y rápidas ganan la atención de aquellos que creen que es posible hacerla realidad.
Y claro que lo es, pero esto tiene más que ver con el azar que con el alto rendimiento de una inversión financiera, por lo menos para la mayoría de aquellos que transitamos esta vida sin capacidad de predecir con exactitud el futuro.
Hoy las sirenas del siglo XXI basan su atractivo en una buena oratoria, contar alguna historia fantástica poco difícil de probar, el acceso y conocimiento a nuevas inversiones “tecnológicas” desconocidas por la mayoría, arropadas con algún término que les da un tono más intelectual o de prestigio como “universidad”. Utilizando términos técnicos como “trading” o “coaching”, avaladas por alguna figura popularmente conocida que dice haber vivido una idílica relación con ella. Su canto es la promesa de un buen retorno de lo que en sus manos deposite quien decide enamorarse perdidamente de este supuesto, siempre y cuando no pida su devolución en un término inmediato.
Quién queda embelesado por su oratoria pregunta poco sobre su pasado, se entrega ciegamente. Apuesta por ella porque esa sirena simplemente le atrae, lo enamora. Pues su canto es una música muy atractiva para la ambición humana.
Para esto no hay explicación técnica que aguante, aquí no hay ciencia ni cálculo matemático que haga salir al enamorado de su “encantamiento”. Es que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Y es por eso que, cuando me preguntan acerca de esta “relación”, a esta altura prefiero no opinar. Mis razones están poco provistas de sentimientos y para estos casos, de nada sirve.
Pero para quién sigue su canto, mas temprano que tarde el final está anunciado. En ese momento piensa: “¿Cómo pude dejarme embaucar por esta sirena, si hace siglos que a otros humanos les ocurre lo mismo, por qué debía ser diferente ahora?”. Aunque en estos casos la historia no es tan cruel porque solo se trata de perder dinero. Algo mucho menos valioso que la vida misma.
A quién esto sucede no le reprocho ni critico. Es que con los años aprendí que nada es tan simple, que no es solo la ambición lo que mueve a las personas en estos casos, que todo es mucho más complejo, como lo somos los humanos, ya que también están aquellos que escuchan su canto porque necesitan creer en algo o en alguien, que necesitan de un sueño, un proyecto o de alguna ilusoria promesa.
Aunque en el fondo sospechen que, como ocurre en el relato épico, al final el mar los devore.
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