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El plan A del Presidente Javier Milei fue el DNU, parcialmente frenado en la Justicia (sobre todo en materia de legislación laboral) y próximo a revisión por el Congreso Nacional; el plan A “bis” fue la ley “ómnibus”, caída en la Cámara de Diputados. Apenas van dos meses de gestión: ¿y ahora?
En lo político, Milei nunca tuvo plan B. Muchos menos C o D. Su proyecto económico se sustenta en la propia visión que el líder libertario tiene en su cabeza y expuso durante la campaña electoral. No concibe otra manera de “cambiar la Argentina”. Pero Argentina no es una empresa, donde el propietario hace y deshace a su antojo. Argentina es un República. Con división de poderes específicamente determinados en la Constitución Nacional.
Milei cree fervientemente en lo que piensa. Es un fanático del liberalismo extremo y ese dogmatismo colisiona con un sistema de organización social que requiere de diálogo, consensos y acuerdos para dirigir una Nación. Sentado en el Sillón de Rivadavia, en la Presidencia, con el máximo cargo posible dentro de la estructura política e institucional de nuestro país, ni Milei ni nadie puede hacer lo que quiere. La cosa pública es otra cosa. Y Milei deberá entenderlo si quiere gobernar.
El Presidente atacó a sus adversarios políticos con dureza en la campaña, en lo que llamó “la casta”. La estrategia resultó efectiva y ganadora. Ganó el balotaje por amplio margen luego de haber quedado segundo en primera vuelta. Pero la campaña terminó el 19 de noviembre. El 19 a la noche fue electo Presidente. Y esos mismos sectores a los que atacó ahora debe convocarlos.
Radicales, peronistas federales, partidos provinciales, macristas y hasta peronistas K como los tucumanos le tendieron una mano en la Cámara de Diputados. Pese a la catarata de insultos, por ejemplo a los radicales, Milei encontró eco en la Cámara Baja y también lo hubiera encontrado en la Cámara Alta.
Pero lo puede más su radicalismo ideológico que la praxis política. En su génesis, producto de no haber participado nunca en la función pública (recién en el año 2021 fue electo diputado), el consenso no está en su vademécum. Quiere imponer en lugar de dialogar. Además de imponer con extrema debilidad legislativa. Apenas 38 diputados y 8 senadores propios, el resto son aliados como el Pro. A duras penas y luego de ceder mucho terreno en la discusión de la ley “ómnibus” consiguió una mayoría para aprobarla en general, pero se quedó sin nafta en particular.
Milei generó enemigos en campaña, en la lógica “ellos o nosotros”, y le resultó. Ganó la Presidencia. Pero esa misma lógica no funciona en política, al menos con una parte. La oposición “amigable” quiso ayudarlo, su fundamentalismo ideológico lo venció. Sin facultades delegadas, para tomar decisiones sin pasar por el Congreso; sin privatizaciones, para conseguir dólares frescos; sin el paquete fiscal, para manejar los ingresos del Estado a gusto y placer, el corazón de la ley había muerto. No le servía a sus propósitos. Y decidió bajarla en un hecho inédito, luego de tener la aprobación general.
Por eso, lejos de cambiar el rumbo luego del cimbronazo del martes, el Presidente trató de “traidores” a los gobernadores y también a los diputados; y sus funcionarios dejan trascender que gobernará por DNU y prescindiendo del Congreso. Sigue eligiendo el camino político e institucional equivocado. Diputados, senadores, gobernadores, intendentes, concejales, son tan legítimos como él. Ser presidente no te convierte en líder supremo, te convierte en presidente con funciones preestablecidas por Constitución.
Milei quiere achicar el Estado y cambiar su funcionamiento. Es totalmente legítimo. Ganó proponiendo ajuste. Pero deberá hacerlo a partir de mecanismos institucionales establecidos de antemano: enviar un proyecto al Congreso Nacional, discutirlo, consensuarlo, conseguir los votos para aprobarlo y luego promulgarlo. En las legislaturas y en los concejos deliberantes funciona de la misma manera. Está a tiempo. Recién van dos meses de gestión. Aún goza de respaldo en gran parte de la población pese al difícil contexto económico.
Cada crisis es una oportunidad. Y a Milei la crisis le llegó rápido. Tiene la posibilidad de reflexionar y entender que su proyecto político y económico lo puede hacer con el Congreso y con las provincias, no contra el Congreso y contra las provincias. Es el camino más largo, sí. Pero es el que otorga previsibilidad, institucionalidad y seguridad jurídica. El resto, en democracia, goza de absoluta debilidad. No es con DNU, no es prescindiendo del Poder Legislativo. Es con diálogo, acuerdos y mucha política.
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