El Presidente Javier Milei se equivoca de adversario. O “enemigo”, como dijo el rector Luis Negretti en una asamblea estudiantil en la Universidad Nacional de Villa María, para referirse al mandatario o a su gobierno. No hace falta que el propio Milei lo llame de esa manera para entender que considera al sistema universitario en los mismos términos.
Ya lo dije en esta columna en abril, en el marco del primer conflicto universitario. El Presidente se equivoca de contendiente. Basta con revisar la historia reciente. En 2001, y a los 15 días de haber asumido, el economista Ricardo López Murphy dejó su cargo por ajustar las universidades. En su afán por mantener a raja tabla el déficit cero, o incluso superávit en las cuentas públicas, Milei desgasta su imagen con un conflicto largo por apenas 0.14% del PBI.
Para el Gobierno en general, y Milei en particular, tal vez el número no es lo relevante. Haber cumplido con lo votado inicialmente por el Congreso Nacional no ponía en jaque las cuentas públicas. Pero sí la autoridad presidencial, que dice “en qué se gasta y en qué no”. Además si los universitarios consiguieron presupuesto, podría alentar al resto de los sectores afectados por el ajuste a promover leyes que le devuelvan parte del dinero recortado por la administración nacional.
Las universidades públicas en Argentina gozan de un enorme prestigio en la comunidad. Más del 75% de la población (la última encuesta de Zubán-Córdoba) confía en las universidades. La mayoría de los egresados en todo el país son primera generación. No es verdad que van los ricos o los hijos de la clase alta. Milei jamás pisó un aula o un pasillo de la educación pública universitaria. Y frases como esa lo dejan expuesto, tal vez por mal asesoramiento, o por su propia verborragia.
De hecho, el canto de guerra por estos días es: “universidad, de los trabajadores, y al que no le guste, se jode, se jode”. Las universidades representan un eslabón clave en la movilidad social ascendente. Las familias sueñan con sus hijos profesionales egresados de una universidad pública. Se deposita toda esa expectativa en una institución que forma las generaciones futuras. No es cualquier cosa.
Por eso, Milei se equivoca. Porque no va contra los rectores o “las cajas” de las universidades. Va contra el sueño de miles de chicos y familias de alcanzar un porvenir mejor. No tiene sentido pelearse contra eso por el 0.14% del PBI. De nada le sirve mantener a rajatabla el orden fiscal si su imagen se deteriora por un solo conflicto (al menos el de mayor envergadura).
Está bien el planteo de auditorías sobre las universidades. Está en las leyes. No es nuevo. Incluso está bien que, en este momento de reordenamiento y ajuste general del Estado, las casas de altos estudios también se abrochen el cinturón y acompañen al resto de la sociedad. Pero eso no puede significar desfinanciamiento en ciencia, tecnología, becas, gastos de funcionamiento. Ni que hablar de los salarios docentes, no docentes, investigadores. No alcanza con asegurar que la universidad seguirá siendo pública y gratuita (o no arancelada como dice Milei), sino que deben asegurarse sus recursos para que cumplan con su rol en la sociedad.
Las tomas de las últimas semanas fueron simbólicas. De 24 o 48 horas, no más. La mayoría de las universidades y facultades dan clases con normalidad. Algunas optan por clases públicas para visibilizar el reclamo en la calle. Otras organizan pegatinas, volanteadas, festivales. Los rectores se preparan para cambiar el porcentaje asignado de recursos en el Presupuesto 2025 (se viene la discusión en el Congreso).
Si bien Milei consiguió los votos en Diputados para bloquear la ley, no toda victoria en el Congreso es una victoria política. Es un triunfo que huele a derrota, porque se enfrenta a un sector que goza de mayor prestigio y respaldo social que él mismo. Ningún dirigente político argentino goza de un 75 u 80% de confianza en la comunidad. En lugar de combatirlo, debería negociar y acordar una salida al conflicto con diálogo. Las universidades son mucho más que un porcentaje del PBI, son la ilusión de miles de familias de salir del fondo del mar.
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