El límite de la motosierra

Lo dijimos en la columna anterior, pero ninguna previsión de convocatoria podía imaginar lo que realmente ocurrió el pasado martes en la Argentina. Miles de personas se congregaron en las calles para defender la educación pública, puntualmente la gratuidad y calidad de las universidades nacionales. Villa María no fue la excepción. La marcha más grande de los últimos años colmó las calles del centro comercial.

El apoyo que logró “la motosierra” en las elecciones del año pasado, y que el Presidente Javier Milei ejecutó y ejecuta al pie de la letra desde el 10 de diciembre, encontró una muralla infranqueable: la educación pública nacional.

Desde los propios liberales de finales del siglo XIX, principios del XX, hasta nuestros tiempos, luego de vivir diferentes tipos de gobiernos en más de 100 años de historia desde la gratuidad y universalidad educativa en todos los niveles, la educación pública representa un pilar central en la estructura social y comunitaria. Es la única posibilidad real, concreta, certera, de ascender social y económicamente para millones de personas en un país profundamente desigual.

La educación pública significa igualdad de oportunidades, la ilusión de “mi hijo el doctor”, como se decía en tiempos lejanos, es decir, el sueño de padres y madres para que sus hijos estudien una carrera universitaria, independientemente de la que eligen y puedan soñar con un futuro digno. 

La educación pública no se puede medir en términos económicos, los alumnos no son números, el sueño de miles de niños y jóvenes no caben en una planilla de Excel. Ningún país que abrigue a sus hijos puede dejar desamparados a miles y miles que tienen una única manera de no quedar relegados: estudiar, estudiar y estudiar. 

Si hasta Milei, que criticó durante todo el día martes la movilización a través de las redes sociales, aseguró el día después que garantizará los fondos para el funcionamiento de las universidades. Se equivocó de enemigo. Que alguien le diga al Presidente que no es por ahí. La educación pública en general, la universitaria en particular, gozan de buena salud en la consideración social de la población. Sus principales funcionarios son egresados de la Universidad de Buenos Aires. Es el mejor ejemplo y los tiene pasillo de por medio.

El sistema universitario deberá hacer los reajustes necesarios en un tiempo de crisis y números en rojo. Si el Estado, las empresas, las familias, todos se achican y reorganizan sus gastos, las universidades también lo tendrán que hacer. Creo que nadie está negando esa realidad. Los rectores tampoco. Pero apelar al desfinanciamiento, sin inversión en salarios, ciencia, tecnología, becas, es un límite que la sociedad no lo permite. Recortar en educación condena a la pobreza a miles y miles de personas a lo largo y ancho del país.

El gobierno libertario, de apenas cuatro meses de gestión, que todavía cuenta con un apoyo importante de la población, y así se reflejan en las encuestas, deberá repensar muy bien dónde ajusta sus gastos para alcanzar el déficit cero o el superávit fiscal. Por ahora lo hizo recortando en todas las áreas. Pero hasta el propio Fondo Monetario Internacional (FMI) le pidió “calidad” en el recorte para que haya sustentabilidad política en el programa económico. Y esta fue una muestra. La educación es un límite y deberá corregir.

Las próximas semanas se verán fuertes discusiones por la Ley Bases y el DNU. Pilares en el proyecto político económico del Presidente Milei. Si no dialoga, cede, concede, se volverá a chocar contra la política. Porque eso pasó el martes. Se chocó contra la política, en ese caso, educativa. Pero ya le pasó en el Congreso con la primera Ley Bases u ómnibus. El Sillón de Rivadavia otorga facultades, comprendidas en la Constitución Nacional, pero no arroga el poder absoluto. Allí estaríamos hablando de otro sistema y no el republicano. Con más política, tal vez, “la motosierra” le funcionaría mejor. Sin consensos, los cambios no superarán las barreras que el sistema vigente establece en cada área. Milei dijo días atrás que estaba ganando la batalla cultural.

Quedó claro el martes que lejos está de conseguirlo.

Martín Alexis Alanis.

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