Lo que vale la experiencia

¿Por qué nos cuesta tanto salir a comer afuera? La pregunta no es propia, sino de muchos de los que buscamos compartir buenos momentos, buena comida, lindos lugares, platos innovadores o un clásico de la gastronomía. Y cada semana, buscamos en promedio una excusa para darnos ese gusto, con o sin motivo.

Sin embargo, el debate por esa cuestión que a veces parece costosa, es tratada por propios, extraños, conocedores del tema y más.

Con la premisa de aportar algunos datos que ayuden a reflexionar, a veces nos preguntamos esto a partir de los productos que supimos conseguir, observando apenas la buena materia prima al alcance de la mano.

Muchas veces que salimos comer afuera, no podemos evitar hacer la cuenta, si pedimos una tortilla de papas, por ejemplo, y entonces calculamos de inmediato, fórmula doméstica en mano, si lleva una papa, media cebolla y dos huevos, pero hay muchas cosas que se nos pasan o no tenemos en cuenta.

Saltará enseguida esa exclamación negativa de cómo puede ser que nos cobren tanto y que sería más barato preparar en casa, quizás.

Pero hay que aprender a valorar y tiene que ver con la experiencia. Si uno hace cuenta solo de los costos, en su mirada, escaparán muchas cuestiones.

La invitación es a tener en cuenta que la experiencia comienza desde el momento en que uno intenta hacer reserva, a veces por teléfono y hoy en su mayoría, a través de Internet, por lo que sabremos cómo nos atienden y luego cómo nos reciben en tal lugar.

El interiorismo del restaurante tiene un valor en dólares, que hace un desafío para el empresario, que factura en pesos e invierte en dólares, apuntan los conocedores.

Cabe agregar la gente que prepara esa comida, si está instruida, la capacitación del personal que lleva ese plato, la vajilla, sobre si es de chapa o es una vajilla diseñada a medida, las sillas (construidas especialmente para ese espacio), si la servilleta es de papel o de tela, si tiene su logo o si no hay nada.

Sobre las inversiones del empresario gastronómico hay que repasar que no es lo mismo una copa de cristal, importada o nacional, o si es de vidrio; si el vino está en una cava, en una vinoteca de diseño o en un estante, sin más.

Para tener en cuenta a la hora de salir a comer, uno debe pensar en qué tipo de experiencia quiere vivir o recibir. Primero tener en cuenta el motivo, de si tiene media hora en el trabajo o una reunión, o si está celebrando algo, y si eso es memorable o no. En porqué voy a comer afuera, tiene mucho que ver, para definir el fondo de la experiencia que uno busca.

Voces de restaurantes referentes de la gastronomía nacional opinan que no está mal que uno quiera cobrar lo máximo que pueda cobrar, siempre y cuando la relación experiencia/precio sea positiva. Hay segmentos de precios para todas las experiencias y hay clientes dispuestos a pagarlas, por lo que no se ve por qué no cobrarlo. Lo mismo pasa en la ropa, en el vino, en los autos. Para brindar una experiencia de alto valor agregado hay un montón de inversiones que la gente desconoce: las mismas son más altas y más difíciles en la Argentina que en Europa o Estados Unidos, para equipar una cocina es más caro en dólares, y el recupero de esas inversiones son en pesos y más lentas. Además, otro de los factores es la cantidad de comensales por metro cuadrado que se dispone, sumado a la vajilla, la cristalería.

Todo hace a que la experiencia vivida sea distinta y se trata de cobrar lo más posible y que la persona sienta que lo que pagó, valió la pena.

“A veces un pancho de 200 pesos puede ser una experiencia poco positiva y una cena de 15 mil pesos se puede convertir en una experiencia inolvidable, para toda la vida”, consideran los referentes.

Las conclusiones de los que saben en la materia, son firmes: Hay que vivir más la experiencia y no estar tan a la defensiva de cuánto salió el plato, cuánto costó, porque hay muchos factores detrás para lograr eso que nos llega a la mesa.

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