Basta de echarse culpas

 En los últimos días, en la política argentina, llueven las críticas cruzadas entre oficialismo y oposición y se reparten culpas por la dura realidad económica. ¿Qué pensará el ciudadano de a pie, que todos los días se espanta con precios en alimentos y bebidas que ponen en riesgo el plato de comida en el hogar?


 El Gobierno de Javier Milei asegura que “estas son las consecuencias del kirchnerismo”, que armó “una fiesta” a lo largo de 20 años y ahora se está pagando. No solo es el discurso oficial, sino de muchos vecinos comunes que avalan estas hipótesis. Incluso sufriendo las medidas que ahora toma el propio gobierno. La culpa está en el otro, en la herencia, en el robo, pero no en las decisiones que tomó en menos de un mes el Presidente y su equipo.


 Para la oposición, por el contrario, el pésimo momento económico es exclusividad del gobierno, como si antes hubiéramos vivido una panacea. La decadencia en los ingresos lleva una década. Los aumentos de precios dos décadas. No hacerse cargo de las malas gestiones habilita al oficialismo a contrastar modelos, y hasta sacar rédito pese a las medidas antipopulares que toma.


 Sí es cierto que Milei en 25 días tuvo más impulso en sus políticas que Alberto Fernández en toda su gestión. Puede gustar o no, pero nadie puede decir que está quieto en el Sillón de Rivadavia. El ajuste fiscal no lo está pagando “la casta”, como prometió en campaña, sino la clase media y baja con aumentos en todos los rubros posibles: esta semana retumbó la nafta, que el litro alcanzó casi un dólar. Pero también subieron prepagas, alimentos, remedios, etcétera, etcétera. Y todavía faltan los servicios… La desregulación económica veloz muestra con total crudeza las consecuencias sobre la inmensa mayoría.


 Pero además Milei tiene dificultades en imponer su proyecto político en el Congreso de la Nación. Esta semana se reunió con sus propios diputados y les pidió que el DNU y la ley “ómnibus” se aprueben sin cambios, que no se mueva una coma. Es decir, sin negociación. El Presidente tendrá que comprender que en una democracia, con división de poderes, con mayorías y minorías en el Congreso de la Nación, las normas se aprueban con diálogo y consenso. Caso contrario sería una autocracia. 


 Tampoco cuenta con mayoría ni en Senadores ni en Diputados (mucho menos) para ponerle el sello a lo elaborado por Sturzenegger y compañía. Son casi 1000 artículos entre DNU y ley “ómnibus” que no pueden analizarse en apenas 25 días en sesiones extraordinarias, y mucho menos sancionarlos sin negociación y sin modificaciones. Ambos proyectos van al corazón de la organización social y política de la Argentina y aprobarlo sin más que un mero trámite legislativo es impropio del sistema (¿de qué serviría el Congreso si solo se trataría de una escribanía? Si el Presidente reflexiona y abre el diálogo, podrá encontrar en la mayoría de las fuerzas legislativas el respaldo para contar con las normas requeridas con el nivel de consenso óptimo para que puedan aplicarse, caso contrario solo habrá conflicto y rechazo.


 Del mismo modo que a Milei la amplia victoria en balotaje no lo habilita para estar por encima del Constitución Nacional, la derrota a la oposición tampoco la habilita para bloquear todo intento del oficialismo para gobernar. El diálogo tiene que primar en la democracia. Sin diálogo no hay consensos posibles, por ende, no hay soluciones para la comunidad. Bloquear cualquier negociación atenta contra el bienestar de la comunidad. Ni la imposición a libro cerrado que busca Milei es positivo, ni tampoco el oponerse por oponerse. Cada tema del DNU y la ley “ómnibus” se debe debatir con la máxima rigurosidad para que la aprobación sea, en definitiva, una política de Estado y no un mero triunfo legislativo temporal.


 Basta de echarse culpas. La situación es muy crítica como para que sigan jugando a la campaña. Que haya debate, que haya miradas opuestas, que haya disenso. Lo que no puede haber es conflicto por el conflicto mismo. Que la democracia, con sus herramientas, permita encontrar el consenso necesario para alcanzar los acuerdos necesarios en este tiempo.

Martín Alanis


 

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