El nuevo escenario político argentino

El 2023 está cerca en el calendario, aunque lejos aún para plantear posibles escenarios electorales con cierto nivel de certeza. La Argentina cambia de una semana a otra. A veces, de un momento a otro.

 ¿Quién podría imaginar un atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner? ¿Quién podría imaginar un oficialismo nacional en proceso de recuperación luego de haber “besado la lona” tras la abrupta salida de Martín Guzmán? ¿Quién podría imaginar meses atrás una oposición confundida, envuelta en internas, cuando esos problemas los padecía con agudeza la vereda opuesta?
 En un país tan pendular, con la incertidumbre permanente en el ADN social, hablar de política partidaria con proyección de futuro (un año máximo) sería casi como mirar la bola de cristal y hacer predicciones. La historia se escribe a medida que sucede. Lo que hoy es una certeza, mañana es un interrogante. Así es el país. Quien formule verdades irrefutables miente o manipula. El mejor análisis es sobre la cruda realidad, los cambios que la propia sociedad va exhibiendo, a partir de hechos políticos, sin anteponer las creencias o deseos personales en la mirada. Allí radica el descrédito de periodistas nacionales que habitualmente miramos por televisión. Priorizan la ideología del medio y personal y luego quedan expuestos cuando la realidad los sobrepasa.

 Por eso, el análisis político y social argentino es permanente. Casi a diario. En el plano nacional la evidencia es todavía mayor. El Gobierno de Alberto Fernández se encontraba acorralado, sin plan, con internas furiosas, desaprobado por la enorme mayoría de los argentinos. A la pelea del Presidente con la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, se le sumó la intempestiva salida del ministro de Economía Martín Guzmán a principios de julio. Allí pareció que el gobierno entraba en una etapa de declive imposible de remontar. La inflación se disparó, el dólar paralelo voló por los aires, las reservas se consumían y la desconfianza reinaba en todos los sectores. Pasó Silvina Batakis, una ministra de 25 días.

 Con el agua al cuello, el Presidente y la vice retomaron el diálogo y acordaron la llegada del “superministro” Sergio Massa, que fundamentalmente le dio volumen político a la gestión (desde el punto de vista técnico, por ahora no mostró todas las cartas, más allá de algunas medidas puntuales como “dólar soja”, acumulación de reservas, baja de subsidios o bono para jubilados). El oficialismo en las últimas semanas comenzó a cerrar la grieta interna y se abroqueló detrás de la figura de la vicepresidenta, que además recibió por parte del fiscal Luciani un pedido de condena a 12 años y la inhabilitación para ejercer cargos públicos por la causa Vialidad Nacional. 

 El intento de magnicidio terminó de cerrar las diferencias políticas entre los distintos sectores y hoy el oficialismo muestra el mayor grado de unidad desde su asunción en diciembre de 2019. Además, con el foco puesto en lo político, le permitió a Massa realizar ajustes que en otro contexto le hubieran dificultado su aplicación (por ejemplo, la quita de subsidios en las tarifas de gas y luz que impactarán en los próximos meses en los bolsillos de los trabajadores). 

 Sin dudas, el objetivo económico para culminar este 2022 es bien contundente: cerrar el año con 2,5% de déficit fiscal y aumentar las reservas del Banco Central. Lo urgente antes que lo importante. Para más adelante quedará bajar la inflación y recuperar el poder adquisitivo de la población. En ese camino se mueve el superministro y esta semana lo expuso en Estados Unidos. El plan del Gobierno es aquel acordado por Guzmán con el FMI y aprobado por el Congreso Nacional. El mismo plan que rechazó el kirchnerismo y que ahora acepta. El problema, tal vez, era Guzmán, no el plan. Y Massa lo ejecuta sin quejas de ningún sector.

 Por el contrario, la oposición se debate entre los que se muestran más o menos duros contra el Gobierno. Los halcones y las palomas. Reina la confusión y las internas son cada vez más virulentas.

 Por ahora el único plan es la oposición feroz a cualquier medida del oficialismo. Su triunfo en 2021 y el crecimiento en las encuestas de sus principales dirigentes obedecieron a errores no forzados del Gobierno. Ahora, cuando el Frente de Todos encontró unidad en lo político, incluyendo a casi todos los sectores detrás de la figura de Cristina y Massa, más allá de la presidencia formal de Alberto, Juntos por el Cambio está al borde de la implosión. 

 La Argentina cambia. La política es dinámica. Falta una eternidad para el 2023, más en lo político que en el estricto calendario. Un hecho conmocionante puede cambiar el curso de la historia. Se vio la semana pasada con total crudeza. Lo razonable, en este tiempo, es llamar a la paz y convocar al diálogo.

 Falta muchísimo para las elecciones. La gente pide mejoras urgentes en materia económica. No se puede esperar un año. Y todos tienen que colaborar. Oficialismo y oposición. Ojalá algún día estén a la altura de las circunstancias. 

Martin Alexis Alanis.

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